Devórame otra vez

La dulce, fértil y paciente lluvia de otoño, que saca del cuello a los hongos, envolvió Madrid. De tierra y lluvia estamos hechos, pero no sé si de esa pasta están hechos los políticos que ayer desfilaron por los Pasos Perdidos, entre alabastros de próceres muertos, estucos de colores y bóvedas de casetones.

Bajo el chaparrón de palabras que no abren las piedras, el que hace el papel de villano, Cristóbal Montoro, defendió los Presupuestos de 2014 en un debate soporífero que él mismo calificó de tedioso en la tarde parda. Los diputados de la oposición dejaron solo al PP; dijeron los nacionalistas que estamos ante los peores presupuestos de la Historia para Cataluña; y los de la izquierda calificaron las cuentas de ajuste ideológico.

Rubalcaba, en un demoledor discurso, le dijo a Montoro que es un faltón y que los de la derecha no conocen a quienes recortan. Les acusó de haber subido los impuestos a todo lo que se mueve y de haber perpetrado una amnistía fiscal. Montoro contestó: los socialistas hicieron dos. Lo de siempre, devórame otra vez, que la boca me sabe a tu cuerpo; los partidos turnistas enfrentándose teatralmente terminan apareándose. Cayo Lara avisó: «Nos llevan de burbuja en burbuja hasta el estallido final».

El Gobierno tuvo que responder a 11 textos de devolución. A pesar de ello, Montoro tuvo tiempo para una pregunta metafísica «¿Qué dirá de nosotros la Historia, señor Rubalcaba?». No sé lo que dirá la Historia, porque no construyen monumentos, ni siquiera piscinas, aumentan la corrupción, los desahucios y las estafas bancarias. Lo que dicen las encuestas es que los líderes no tienen la aprobación de los ciudadanos y carecen de capacidad de arrastre. ¿Cómo van a encantar esos políticos que ayer hablaron como aburridos contables de un «Estado residual» ( Rosa Díez)?

Personajes secundarios, voces sin testosterona. Hay ídolos en el fútbol, en la canción, pero los políticos han perdido la capacidad de deslumbrar que tuvieron durante la Transición, hoy calumniada. La crisis les ha arrebatado el carisma, la energía luminosa invisible que rodeaba a los políticos. Se acabó la erótica del poder, la atracción que emitían los grandes líderes, desde Napoleón, pobre, enano, gordito y cornudo, capaz de fascinar a Goethe: «He visto a Napoleón, no se puede ser más grande» –dijo el escritor–. Claro que Napoleón no cobraba en negro, había leído Werther siete veces, una de ellas a la luz de la luna de las pirámides. Tal vez hoy conservan ese magnetismo Obama y el Papa Francisco. Aquí los políticos baten los récords de impopularidad en un campo de destrucción, donde unas especies devoran a otras.